Madre son cinco
letras
pero cada letra es
una conexión invisible
con una relación que
toda la vida será un misterio
se mesera entre odio
y admiración.
Mi madre a diario
teje letras envueltas en números
cuyo dominio está en
mi casa,
cuyo sueño de amor
reposa en el pecho de mi padre,
flores olorosas
esperándola siempre
cartas marcadas para
alimentar las ilusiones y detener la vida.
Todas las noches mi
madre voltea el reloj de arena
para que la sombra no
se lleve la palidez de mis manos…
ella teje y teje.
A veces deja salir
unas grullas
con la promesa de que
sus niños cada mañana abran los ojos.
Pero otras veces ese
reloj anda más deprisa para amenazar el futuro,
para apagar la voz
que desea salir cada tarde cuando acudo a su encuentro.
Mi madre dice que el
futuro lo escribimos nosotros
y mi padre dice que
debo de creerle,
así se retuercen los
huesos cada vez que la sombra da su ronda.
No conozco a mi
madre,
pero la he sentido,
la he escuchado,
he visto los paisajes
de su patria atreves de sus ecuaciones indeterminadas,
las canciones de su
tierra mi padre las cantaba al compas de un tango.
Ella no ha visto las
montañas que me rodean,
ni tiene orquídeas
amarillas en su patio,
no sabe nada de mi
tierra construida con hacha y machete.
Pero la reconocería
en la multitud,
correría no dejaría
que se pierda.
Antes de las diez se
que sentiré el choque eléctrico,
antes de decir…
has llegado…
tengo tanto que
decirte…
mi casa estaba lista
para ti.
©Luisa
Fernanda Vanegas S.
Colombia
11 de mayo de 2012
Código: 1205281711044